viernes, 18 de abril de 2014

Aire de tango y la intertextualidad




Por César Herrera Palacio


Aire de tango es la novela experimental de Manuel Mejía Vallejo. En ella aparece la Medellín de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Una ciudad a la que se la estaba «llevando el ensanche». No solo se acababa el tranvía sino que sus calles estrechas y empedradas darían paso al pavimento, sus edificios coloniales serían desmontados para construir los rascacielos y la ciudad se estaba llenando de gente de pueblo que llegaba huyendo de la violencia bipartidista.
Narra «Ernesto Arango, de los Arangos de Balandú, pero metido hasta el bozo en la ciudá». Ernesto cuenta la historia de Jairo, un cuchillero de Guayaquil que nació el día que Gardel murió en el aeroparque de Medellín. Con su hablado campesino, sus dichos y variables lexicográficas, sin un respiro y dirigiéndose a un interlocutor o a un grupo de interlocutores que parecen hacerle preguntas, Ernesto narra el cuento de cómo eran las cosas en esos tiempos; el punto de vista es el de un paisano que presenció los hechos y el estilo es coloquial de la época, folclórico. Dice Vladimir Propp que «La literatura, nacida del folklore, muy pronto abandona la madre que la ha sustentado. La literatura es el producto de otra forma de conciencia, que podemos llamar individual. Lo que no significa que se realiza en un individuo separado de su entorno, sino que, a la inversa, significa que el individuo representa a su ambiente y a su pueblo, pero los representa en su irrepetible creación personal»1.
Ernesto Arango es la conciencia de una sociedad pobre, machista, emprendedora pero limitada por la falta de recursos en un país que desde la independencia se lo han rapaceado liberales y conservadores. El narrador recuerda lo que solía decir Benicio Restrepo en hipérbole que representa la desesperación y la decisión con que se vivía: «A un lao serpientes, alacranes, avispas, tarántulas, cientopiés, hormigas rondadoras, trasgos y fantasmas, diablos y demonios, que aquí va un hombre con hambre»2.
Es, en esencia, un texto de la nostalgia por lo que se ha extinguido: las casas con fogón de leña y el cascoteo de las bestias por el empedrado cargando la leña y el carbón de la sobrevivencia: «Las chimeneas echaban humo sabroso desde la madrugada» p.51. Aparece el cuadro desgarrador de masacre y desarraigo que termina con una jovencita en los burdeles bailando y bebiendo hasta que un veinticuatro de diciembre, día de la soledad, hace un caldo de pólvora y se embriaga eternamente con él «pa`olvidar».
Se retrata la Medellín en la que los gobernantes invertían los recursos desbaratando los espacios del goce romántico en aras del progreso y la modernización: «Rabia cuando desenterraron los rieles, nos montábamos cada cual con su pareja en cualquier línea y recorríamos la ciudá o bajábamos onde dijera el primero a tomar un fresco o cerveza, o tomar el sol, mangas pa el charloteo y el maniculeo» p.69. La ciudad de los borrachitos pícaros que iban de velorio en velorio bebiéndose a los muertos cuando las monedas no alcanzaban para el alcohol con frescola que pasaban con grillos. El pueblo de forajidos míticos como Calzones que ayudaba a los pobres.
Jairo es un personaje misterioso. No se le conocen los padres, es probable que entre las tías con las que vive, esté su madre. No tiene relaciones sentimentales salvo el amor que siente por Carlos Gardel. Sus pasiones son hablar del Zorzal y encachar cuchillos voladores a los que les pone los nombres de los días de la semana o los de los hermanos Macabeos. No trabaja en nada, pero se desaparece por algunos periodos, lo que ayuda a crear el mito; se habla de la mafia. Lo han visto llegar en un auto lujoso, negro, imponente. Nada que se pueda asegurar sobre sus andadas. Es generoso y obsesivo e infalible cuando le buscan camorra en los bares de Guayaquil los asesinos de toda la región que llegan a comprobar su guapura y, a partir de esa osadía, no pueden hablar más del asunto.
Aire de tango es una novela en la que se vislumbran las nuevas alternativas económicas de los malevos de barrio: el tráfico de marihuana, origen de la transformación acelerada de la Medellín que en adelante daría tanto qué hablar en el mundo del narcotráfico. Los primeros consumidores de la hierba pensaban así de su peculio restringido: «Miren, una rasquita de la mona puede costarnos cuatro pesos, y es mejor; pero una con aguardiente o ron cuesta cuarenta pesos por lo perdido…
El cachito, señores, la verdura, maracuchá, vareta, varilla, la maracachafa, nunca sobra, mariguanita amiga pa el hombre triste». p.95
Los juegos de azar en los que se depositaban las esperanzas de los más pobres: ganarse la rifa semanal de la esquina del barrio: una radiola, un relojito, «llegamos a rifar un polvo de Norha a diez centavos boleta».
Carlos Gardel, la encarnación de la tradición popular argentina no podía ser homenajeado en la ciudad donde nació el mito sino desde una voz popular y ese fue el hallazgo más grande de Manuel Mejía Vallejo en esta novela.  Escogió para su punto de vista narrativo a un hombre viejo, derrotado (que termina derrotando a su héroe), admirador de un guapo homosexual de cafetín, camaján y abstraído. Todo esto como pretexto para contar otra historia: rasgos de la vida y de la muerte del cantante. La alternancia de consejas, la de Medellín que desaparece y la de Gardel a través de recortes de prensa transcritos con sus autores y sus fechas.  La intertextualidad de la historia de Medellín está constituida por los dichos y los refranes, las costumbres y los rezos, las voces de los personajes legendarios como es entre los paisas el culebrero; lo folclórico como piso de apoyo: «El folklore (las tradiciones populares)3 es el seno de donde nace la literatura. El folklore es la prehistoria de la literatura», sostiene Propp.
Ernesto se relaciona con intelectuales de la época, uno de ellos el propio Mejía Vallejo que aparece como personaje al lado de sus amigos pintores, escritores, cantautores, todos bebedores noctámbulos y conversadores empedernidos, encuadrados en el hecho histórico de la muerte del caudillo Jorge Eliecer Gaitán y en el religioso coronado por la figura del Diablo. Aparecen las alusiones y alabanzas a Lucifer como elemento diferenciador en contraposición a la idea cristiana de la virgen y de los milagros que es común en las sociedades latinas, no solamente en las más atrasadas como las americanas. En los años cincuenta del siglo XX se producía en Italia, en el marco del neorrealismo, La dolce vita (Federico Fellini) en la que una de sus escenas muestra a una multitud rezando al lado de un árbol porque en ese lugar a dos niños se les apareció la virgen cuando iban para la escuela. Los niños les dicen a los periodistas que la virgen les sonreía, que no tocaba el suelo con los pies. Los parroquianos han llegado hasta el lugar a pedir una gracia. Los familiares de los niños aprovechan para ganar algo de dinero y el sitio se llena de menesterosos. La niña asegura que la virgen no volverá si no construyen una iglesia en el lugar. Una mujer dice a los periodistas que no importa si era la virgen o no: «Italia es una tierra de antiguos cultos, llena de fuerzas naturales y sobrenaturales. Y todos sienten su influencia. Quien busca a Dios lo encuentra dondequiera». El ídolo de Jairo en Aire de tango es el Diablo. A su espíritu se le componen extensísimas oraciones, se le invoca, se le encomiendan los cuchillos: «El diablo está regao en mil formas sin tener sonido ni forma. Pero si va a pensar mucho en él toma la facha que le conviene a su miedo, templao en cambios y presencias» p.200.
Fiel a la tradición decimonónica y de principios del siglo XX, la novela es una recopilación de creencias y costumbres, chamanismo, brujería, demonismo, embustes y chistes hiperbólicos. Luego hay un momento en la novela en que se deja de lado esa sabiduría popular y se acogen las lamentaciones y la nostalgia y se convierte en un extenso tango.
El trasfondo es la historia del hombre joven que vive en «soledumbre» y del hombre viejo que lo acompaña, que lo admira y lo odia, es la lucha por amar y desamar, por olvidar y morir a la hora justa: Gardel murió; Jairo, que lo imitaba, tenía que morir joven y no podía morir a manos de los matones que lo perseguían sin ninguna razón, solo por el honor. El final es inesperado (como un accidente de aviación), pero queda oculta la acción; se sabe quién mata a Jairo, pero no cómo. El narrador en su desmesurado soliloquio no merece más que el decoro de contar, no se ubica a la altura de los héroes, solo es parte del accidente. La obra es el estudio sincrónico de ese momento en el que en Medellín existió un barrio llamado Guayaquil.


1. Propp, Vladimir; Edipo a la luz del folklore, Editorial Fundamentos, Madrid 1980
2. Mejía Vallejo, Manuel; Aire de Tango, Plaza y Janés, Bogotá 1984 p.38.
(En adelante aparecerá al lado de la cita el número de la página).
3. El subrayado es mío.

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