lunes, 11 de noviembre de 2019

Testigo Ocultar, un poemario sobre la violencia


Testigo ocultar de César Herrera

Presentación en la tercera Feria del libro de Medellín, 1994


Por Everardo Rendón Colorado

Tal vez un cierto paralelismo en el abordaje de los sueños y las bregas cotidianas frente a la escritura, quizá esas ocultas correspondencias perceptibles apenas por el signo vital del verso me llevaron a conocer a César Herrera, en pleno ring poético, allá por el año 1989 en el auditorio de la Biblioteca Pública Piloto, cuando él hacía la presentación de su primer libro Travesía para recobrar el sueño y yo a mi vez hacía otro tanto con mi segundo libro, Memorias de la sangre.

Esas mismas circunstancias me traen hoy a hablar un poco del libro Testigo ocultar, de esa poesía de punzantes aristas testimoniales, tan fluida como los ríos de la violencia misma que discurren por la realidad de nuestro país y que el poeta después de haberla sufrido al rojo vivo, palabra por palabra, desde lo hondo de su semántica, las forja en el yunque creador para devolverlas puras, dispuestas a cumplir su exorcismo.

Para ello se les da duende a las palabras, para que por medio del ritual se conjuren las fuerzas malignas y se logre detener la mano del verdugo.

Hay, en Testigo ocultar, un decir desesperanzado de esa violencia citadina con la que nos toca convivir diariamente, no sabemos desde cuándo, pero que en las últimas dos décadas la rapidez del fenómeno nos impide hacer un balance de nuestro haber social; ese inventario de desaparecimientos y secuestros, de los NN encontrados diariamente en las cunetas o en las afueras de la ciudad. Un lenguaje desgarrado para decir la ternura, la nostalgia, la amistad en el desconcierto de un Paisangre, en donde zumban las balas roedoras por todos lados, esas mismas que derribaron a Óscar el Largo en las páginas de su primer libro, las que no permitirán el regreso de Tico Flaco a su hogar, donde su mujer lo esperará siempre para mostrarle su primer bebé. Esas fuerzas oscuras de las que hablan los entendidos o los falsos demócratas que mantienen atrapada a Pilly Pequitas y no la dejaron reunirse con los suyos para su cumpleaños.

Hay en la poesía de César Herrera ese sano y vigoroso grito de la esquina de barrio, donde los muchachos grafitean sueños y esperanzas detrás del viento que levanta la falda de las colegialas.

Este, el Paisangre de la parte alta o baja de Helí Ramírez, el otro, el País secreto de Juan Manuel Roca y esa ciudad que madruga a lavar la sangre de los caídos en los versos de José Manuel Arango, adquiere en Testigo ocultar, los matices del desvelo, el grito y la esperanza, el dolor y el puño cerrado.

Esta mañana cuando escribía esta precaria nota «Oí sonar los espejos», entonces supe que ¡César está vivo!