Testigo ocultar de César Herrera
Presentación
en la tercera Feria del libro de Medellín, 1994
Por
Everardo Rendón Colorado
Tal
vez un cierto paralelismo en el abordaje de los sueños y las bregas cotidianas
frente a la escritura, quizá esas ocultas correspondencias perceptibles apenas
por el signo vital del verso me llevaron a conocer a César Herrera, en pleno
ring poético, allá por el año 1989 en el auditorio de la Biblioteca Pública Piloto,
cuando él hacía la presentación de su primer libro Travesía para recobrar el
sueño y yo a mi vez hacía otro tanto con mi segundo libro, Memorias de
la sangre.
Esas
mismas circunstancias me traen hoy a hablar un poco del libro Testigo
ocultar, de esa poesía de punzantes aristas testimoniales, tan fluida como
los ríos de la violencia misma que discurren por la realidad de nuestro país y
que el poeta después de haberla sufrido al rojo vivo, palabra por palabra,
desde lo hondo de su semántica, las forja en el yunque creador para devolverlas
puras, dispuestas a cumplir su exorcismo.
Para
ello se les da duende a las palabras, para que por medio del ritual se conjuren
las fuerzas malignas y se logre detener la mano del verdugo.
Hay,
en Testigo ocultar, un decir desesperanzado de esa violencia citadina con la
que nos toca convivir diariamente, no sabemos desde cuándo, pero que en las
últimas dos décadas la rapidez del fenómeno nos impide hacer un balance de
nuestro haber social; ese inventario de desaparecimientos y secuestros, de los
NN encontrados diariamente en las cunetas o en las afueras de la ciudad. Un
lenguaje desgarrado para decir la ternura, la nostalgia, la amistad en el
desconcierto de un Paisangre, en donde zumban las balas roedoras por
todos lados, esas mismas que derribaron a Óscar el Largo en las páginas de su
primer libro, las que no permitirán el regreso de Tico Flaco a su hogar, donde
su mujer lo esperará siempre para mostrarle su primer bebé. Esas fuerzas
oscuras de las que hablan los entendidos o los falsos demócratas que mantienen
atrapada a Pilly Pequitas y no la dejaron reunirse con los suyos para su
cumpleaños.
Hay
en la poesía de César Herrera ese sano y vigoroso grito de la esquina de
barrio, donde los muchachos grafitean sueños y esperanzas detrás del viento que
levanta la falda de las colegialas.
Este,
el Paisangre de la parte alta o baja de Helí Ramírez, el otro, el País
secreto de Juan Manuel Roca y esa ciudad que madruga a lavar la sangre de
los caídos en los versos de José Manuel Arango, adquiere en Testigo ocultar,
los matices del desvelo, el grito y la esperanza, el dolor y el puño cerrado.
Esta
mañana cuando escribía esta precaria nota «Oí sonar los espejos», entonces supe
que ¡César está vivo!