Diablo, qué falta que me hacés
Por César Herrera Palacio
Cuando Paganini murió, la Iglesia impidió que se le hiciera una sepultura cristiana. La razón fue sencilla: Paganini tenía un pacto con el Diablo. Este pacto le permitió ser el violinista más grande de la historia; era capaz de tocar asombrosas melodías con una sola cuerda del violín o interpretar otras como si usara dos instrumentos al tiempo.
Su violín emitía voces de pájaros y alaridos de espíritus lujuriosos.
Paganini llenaba las salas de Roma, de París, de Viena y de Londres cobrando entradas al doble de lo que valían, lo que lo convirtió en un hombre rico y poderoso.
El precio que debía pagarle al Diablo también era elevado; Niccoló Paganini se convirtió en un borracho sifilítico, amado, envidiado y odiado por toda Europa. Y su aspecto se fue tornando luciferino. Los ilustradores de la época solo tuvieron que agregarle un par de cachitos en la frente, lo que hacía más seductora su presencia ante las jovencitas que querían que se las llevara el Diablo.
La más grande figura del Romanticismo, sin ninguna duda, es Paganini. Su música es un elogio de la libertad; no solo componía con una imaginación desbordada, sino que componía sobre la marcha, improvisando en los conciertos. Mataba una música e inspiraba otra.
No existe ninguna obra literaria que exalte tanto a la naturaleza, al ser humano y la creatividad como la vida y la obra de Paganini. El Diablo de Goethe es un pobre Diablo porque fue elaborado por la imaginación de un escritor. Paganini es la obra maestra de la literatura romántica porque fue creado por el mismísimo Diablo.
Una de las condiciones que pone el Diablo cuando les concede fama, dinero, placeres y enfermedades distinguidas a los hombres, es que solo pueden vivir 57 años, edad máxima para alcanzar la inmortalidad; cláusula que nos priva a algunos de la posibilidad de un pacto con el Diablo y nos condena a la decrepitud de la terrible vejez. Así paga Dios a quienes le sirven, con la pudrición y el olvido eterno.
¡Diablo, qué tarde te conocí! He tenido que vivir sin fama, sin gloria y sin dinero por mi maldita ignorancia; el violín que tuve a los catorce años lo toqué con las uñas, como una guitarra; la guitarra que conseguí después, la soplaba como a una flauta y el acordeón lo digitaba en silencio, tratando de aprenderme de memoria los acordes, sin hacerlos sonar para no despertar a mi madre.
La primera ley del pacto con el Diablo es que hay que deshacerse de la familia, sobre todo cuando no tenemos un padre como el de Paganini, que lo azotaba y le negaba la comida si el niño no tocaba el violín durante catorce horas al día.
La segunda ley del Diablo, es decir, de la genialidad, es irrespetar todas las normas establecidas por los escrupulosos del arte; por eso tenemos sonidos distintos como los de Paganini y colores como los de Monet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario