sábado, 14 de junio de 2014

Cruces de mar abierto, por Alejandro García Gómez



Columna Desde Nod







Tomada de Diario del Sur, Pasto, jueves 27 de julio de 2000










 Fotografía tomada de elpueblo.com.co

Cruces de mar abierto




Cuando James, el hermano menor de Lucho, «el zapatero intelectual», murió en los mares del Caribe acariciando el sueño de esa clase media, antioqueña en particular y colombiana en general, que arriesgó todo por un níveo espejismo, éste le pidió a su amigo César Herrera que hiciera la oración fúnebre. El poeta del barrio Santa María de Itagüí lo despidió así:



«Una voz de agua oscura

espanta la noche:

es nuestra voz que te clama

y la noche que te ausenta.

Todos hurgamos en tu hermetismo.

Estamos esperando que acaben las lluvias.

En verano no te buscamos

porque el mar estaba apacible

y no turbulaba tu cabello negro

sobre las algas y el plancton.

En los primeros días de invierno

aún teníamos esperanzas de que regresarías

una tarde, hablando de tus aventuras.

Todos te vamos a encontrar;

ya estamos caminando hacia ti

y llevamos una sonrisa recién cortada».



19 de abril de 1992 (James soñó con el mar, del libro Testigo ocultar, Ed. Mascaluna, Itagüí, 1994).



Este poema —entre el lirismo y la común angustia que vivieron por esos días las familias colombianas que, resignadas u orgullosas, aceptaron que sus hijos formaran parte de esos enjambres o de esos ejércitos, con la esperanza de una mejoría económica— fue el origen del cuento Cruces de mar abierto, que a su vez da el nombre al libro de cuentos que abada de publicar la editorial Mascaluna.

Pero esta obra empezó a gestarse mucho antes. Con la angustia del artista sensible y comprometido —no con ningún partido o sector sino con el Hombre— había registrado la tragedia del Palacio de Justicia, donde se enfrentaron la barbarie contra la barbarie. Ese episodio lo recreó como La otra paloma del insomnio, donde recoge toda la ternura de la relación familiar de uno de los anónimos hombres que fueron a morir a ese infierno de balas, sangre y fuego: víctima y a su vez victimario, mártir pero también verdugo.

Quizá como un sarcasmo del destino, Belisario Betancur debió servir como jurado en uno de los concursos de la Cámara de Comercio de Medellín, donde este relato mereció una mención honorífica.

Pero de los cuentos que este escritor —nacido en Hispania (Ant) hace solo treinta y siete años, ex zapatero remendón, ex cambalachero de cachivaches en una calle del mercado de Montería, ex ayudante de bus y luego ex chofer de Coonorte y Rápido Ochoa, ex vendedor de repuestos de automotores, ex vendedor de computadores, etc.— nos entrega hoy, en Nicole muestra su plena madurez. En él manifiesta no solo el dominio de varias técnicas del cuento moderno, sino que se compromete con la profundidad en el análisis de su contradictorio personaje principal, Nicole, una mujer joven de la clase media actual, una universitaria medio diva, medio santa, medio mártir, medio puta, plenamente fatal. Nicole busca y sufre su infortunio. Con sus actitudes, pero también empujada por la fuerza de las circunstancias, de manera consciente o no, provoca la tragedia en la que ella será la única víctima.

Ojalá el cúmulo de compromisos a los que se ve abocado por sus obligaciones familiares, muy pronto nos permitan leer nuevas obras de quien, se percibe, puede convertirse en uno de los mejores escritores que Antioquia le regale a Colombia, sin la bendición de ningún pontífice ni el servilismo ante ninguno de ellos.

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