Jurados: José
Manuel Arango, Mario Escobar Velásquez y María Elena Quintero.
«Por su
parte, César Herrera obtuvo el tercer premio por su poemario
también sin título. Sobre este trabajo opinó el jurado: “Como los anteriores,
es producto de una devoción poética acentuada que denota un sentido del humor
fresco y agudo”.
El jurado
dejó constancia expresa de que: “el concurso tiene una gran calidad poética,
dado que el número de finalistas fue crecido y todos ellos con méritos muy
suficientes”»
Periódico El Mundo, viernes 31 de agosto de 1990
Periódico El Mundo, viernes 31 de agosto de 1990
Poemario: ESCOTILLA PARA UN AMOR
Desde que eres mi amiga, el corazón me ha inventado algo, como música, en las noches de este invierno cordial. Tu voz breve es el badajo, un poco triste por lejano, que ha despuntado sinfoluz a la primera luna llena de abril.
Puede que algún día al
leer esto, recuerdes que hubo pausa en las lluvias, y ese mes humilde, de
semblante gris, nos regaló la luna de mi abstracción. Aceptarás no haberla
visto y yo sonreiré con aire decepcionado. El decurso superfluo de algunas
mujeres me hace sonreír así. Sólo que las que son como tú, a las que no hay
como pintar y no nos pertenecen se les sonríe en silencio, con amargura.
Abril me dio una noche
limpia y grande como un primer amor. Abril me regaló tus ojos, pero no tu
mirada; me obsequió tu voz, pero no el acento de tu sangre. Abril me agasajó
con tu figura; pero se llevó ese duende que me hacía aquel hombre trivial.
Cuando
yo muera,
en el féretro podréis
verme
muerto de la risa.
Satisfecho de haberos
dejado solos,
sin mi ironía y desparpajo
de vivo;
sin ese odio que a veces
sentíais por mi
prepotencia;
porque a nadie le guardé
nada.
Cuando yo muera, os
aseguro,
tendréis ocasión de ver en
mi semblante
un «mierda» en todos los
idiomas.
Cuando yo muera,
estaré seco, muerto de la
risa;
muerto de la muerte.
ARTESANÍA
DE LA RECORDACIÓN
Hoy que trabajo a mano los
recuerdos
repaso a mi primera novia
y a una chica de dieciocho
con un cosmos policromado
por horadar.
Evoco la imagen de los
nieveros del Cumbal:
blancos bajo su sol
indígena,
lentos y firmes,
sonriendo en su lengua
ancestral.
Bebo y algo frío me
serpentea.
Creo que este vals
ecuatoriano
me ha mareado.
Perdón, ahora me voy dando
tumbos de nostalgia.
Esta urdiembre me ha
tallado
donde debiera nacer la
sonrisa.
EL
VUELO
Qué pasa que no llamas,
amor.
Estoy loco por decirte
que no te quiero hablar.
Pero llama para enterarte
de que no creo en tus
palabras.
—Ya no espero tu voz al
teléfono—
Acabo de evocar a un ave
que en el ramaje orolaba,
y dejó un temblor:
una leve inducción al
olvido.
ESPEJISMO
Las paredes y las nubes
juegan a la creación.
Pienso en ti.
Veo a un niño impoluto,
digo:
«Los niños y las aves
tienen a dónde ir».
Mi aurora es un puño
que asfixia el ímpetu del
alción.
Al regreso el péndulo
gesticula un adiós.
Ah, fantasmas de puertos,
sombras femeniles y
fugaces,
garuja marina,
todo se me diluye.
No te aferres a mí
que soy capricho de nube y
de mural.
MAÑANEO
He llegado a casa al alba,
tenso y adormilado por los
excesos.
Gente humilde va a su
trabajo.
Sus rostros frescos se
reflejan
en el pavimento frío y
todavía húmedo.
A mi vieja pena le sumé el
desdén:
odio aquella puta hedionda
y atrémula.
No me ha faltado nada.
Acaso he tirado algunas
cosas.
Pero a este tímido rayo de
sol
le digo, antes de dormir:
la suerte no ha cambiado.
SOY
UNA CALLE brillante y
solitaria
después de la lluvia
y antes de un día de
fiesta.
Por mi costado
venea una sucia quebrada.
Siempre miro el cielo gris
de mayo
y me digo: ¡Si alguien
pudiera entenderme!
En esta casita que veo en
picada,
Lucy vende tintos y
refrescos
y los obreros de los lunes
esperan el paso de una
muchacha joven
que todas las mañanas
nos congela la mirada y
nos aviva el ensueño.
Las calles también
queremos a las mujeres
de voces tibias y nalgas
embrujadas.
Pero ella no pasó hoy;
hoy sólo veo en la ventana
de un edificio
a un hombre que fuma; me
mira y dice:
si alguien pudiera
entendernos.
MAYO
SEIS DEL NOVENTA
Prefiero el delirio de dar
vueltas
intentando apagar a una
mosca
con las aspas de mi
camisa.
Sé que terminaré burlándome
de mi impotencia;
por lo menos no soy yo
quien huye.
A los dueños de esta
guerra les aseguro
que sus bombas no me
afectan:
no me pertenece el techo,
no soy empresario ni
postulado a nada;
y en clase de catequesis
me dijeron que la vida
también era prestada.
TOM
Y JERRY
Estoy aquí, arrinconado en
mi chaqueta,
a oscuras pero
adivinándolo todo
como si lo que habitara
este espacio
no fueran muebles o
cristales
sino recuerdos rotos.
En la pared, los paisajes
de otras estaciones
no pertenecen a ninguna de
mis congojas.
Hay canto tropical en la
habitación contigua,
la mustia, la del espejo
solitario
y el escaparate atávico.
En mi rodilla un libro
apagado
y en la mano un pocillo
sin café.
No sé si por el dibujo de
una ballena angustiada
en la portada de Moby Dick
o por mi soledad
recordé a un elefante con
una espina en su pata
y a un ratón
arrancándosela.
No sé si eso que vi una
noche en la televisión
es mi propio corazón.
Lloré
por soledad y porque
«No es verdad que los
hombres no lloren».
De la Sierra Nevada
comenzó a rodar,
haciéndose bola
un viento triste que me
golpeaba
con fuerza, justo en tu lejanía.
Méjico en la música
y olor a coco en el sudor
de las bañistas.
El recuerdo de algo que se
va
por la calzada sinuosa
y se interna entre los
cocoteros
hasta el mar.
Después regresa y se
refracta
contra los vitrales
hoteleros.
De ese arcoíris inútil
eras el color verde tenue.
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