Niños consumen y venden drogas
Por César Herrera
Ahora que en algunos municipios se está poniendo de moda el toque de
queda para los menores de edad, debemos reflexionar si lo que tenemos es un
problema de horarios o de formación. Los
jóvenes están solos; no se preocupan por ellos los padres en sus casas; ni los
adultos y la policía en los parques. Hasta las diez o hasta las once de la
noche los puede uno ver apoderados del parque del barrio. Los niños corren en
sus bicicletas o en sus patines, los más grandecitos (11 o 12 años) flirtean con las niñas que ahora se visten como mujeres
(no precisamente para una fiesta de gala) y los adolescentes, de 14 a 17 años,
consumen y comercializan drogas a la vista de todo el mundo y se pasan de mano
en mano las mujercitas más encantadoras. Lo peor es que para las chicas se ha
convertido en un jugueteo de moda estregar sus caderas entre las piernas de los
muchachos y pasar de boca en boca chupeteándose los labios. ¿Es este el modelo
que seguirán los pequeños que todavía van a los parques a disfrutar los juegos
infantiles?
Durante las primeras horas de la noche del sábado se repiten estas
escenas en el remodelado parque (atrio de la Iglesia) del barrio San José de
Envigado, ante la mirada indiferente de algunas parejas de adultos aburridos
que pasan las horas sin nada qué decirse, sin nada que ver, mirando el
horizonte de sus relaciones apáticas y el acecho de los travestis a los niños
de 13 años que les hacen corrillo; unos se ríen de las ocurrencias de los
maricas, mientras otros corretean espantados, pero después regresan al grupo
como animalitos sigilosos.
A veces pasa una camioneta con el platón repleto de adolescentes que
no tienen de dónde agarrarse y se sostienen unos con otros y se dirigen para
alguna fiesta; también pasa una patrulla motorizada de policías que miran hacia
el parque y ven que todo marcha bien: solo chicos divirtiéndose; no se
detienen, no auscultan, no requisan; es decir, no trabajan.
Un joven con la mirada extraviada y los pasos inciertos se dedica a quitarles
las gorras a sus compañeros con la irracional idea de quedarse con ellas, hasta
que los otros jóvenes tienen que atropellarlo para recuperarlas. No faltará el
que pierda la paciencia y empiece una golpiza.
Pero sí hay algo que está pendiente de nuestros jóvenes: es la Ley de
infancia y adolescencia (1098 de 2006). Esta los protege y el artículo 17
reclama el derecho a la recreación en un ambiente sano. La respetan las
autoridades y los padres se cuidan de no ir a zarandear a sus hijos porque
podrían pasar hasta tres años en la cárcel.
Menos mal que la infancia y la adolescencia no son eternas. Decía
Tomás de Aquino que: "Sólo el tiempo puede curar de la niñez, y de sus
imperfecciones"; pero mientras tanto ¿qué pasará? Nuestros jóvenes se han
apoderado de los parques, para eso se los construyen los gobiernos (cuando les
sobra plata), pero también se han apropiado de las calles y de los barrios aledaños
al estadio (cuando juegan sus equipos de fútbol). La Carrera 70 es de los
hinchas de Nacional y el sector del Obelisco es de los del Medellín. Por allí
solo pueden peregrinar camisetas de determinado color y proliferan todos los
tipos de drogas sin que las autoridades puedan hacer nada. Los jóvenes tienen derecho
a su intimidad (pública). En otros barrios se han apoderado de las principales
vías y solo pueden transitar vehículos de servicio público si pagan el derecho
de rodamiento (vacuna suena a enfermedad). Al momento de escribir este artículo
se sabe de un conductor de bus del barrio Castilla al que le incrustaron cuatro
plomazos en el brazo por negarse a pagar; muchos menores de edad cobran la vigilancia
en las cuadras de sus barrios, en las calles del centro y cobran por no
reclutar a los niños de sus vecinos para los combos armados (casi 300 en
Medellín). De modo que si establecemos el toque de queda para los menores,
¿quién nos cuidará?
Cuántos de estos angelitos se están formando en los parques ante las
miradas indiferentes de las autoridades y la inocencia perpetua de sus
progenitores que los imaginan tomando Colombiana y chupando Bon bon bum.
Durante el siglo XIX, mientras en algunos países de Europa se seguían
las ideas de Rousseau basadas en que el hombre nacía bueno y había que darle
plena libertad para que se educara como Dios le ayudara, en Estados Unidos e
Inglaterra se seguía la tradición calvinista que consistía en que el niño debía
ser reformado mediante una educación autoritaria que hiciera uso del castigo
físico y público.
En la antigua Grecia, en Atenas, las jovencitas solo podían salir a
los patios de sus casas y en Esparta, los estudios se fundamentaban en lo
estrictamente necesario y el resto de la educación radicaba en aprender a
obedecer, soportar la fatiga y vencer en la lucha.
Si nuestros jóvenes solo aprendieran a obedecer y a respetar las
normas, y a los adultos nos devolvieran la correa, otro gallo cantaría.
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